por: Gustavo Tenuto
El soldado se despertó con un sobresalto. El sonido de las explosiones le había sacado de su sueño. Miró por la escotilla de su tanque de guerra y vio el humo y el fuego en el horizonte. Estaba solo en el bosque de Himalaya, rodeado de árboles y nieve. Había perdido el contacto con su unidad hace horas, cuando una emboscada enemiga les había sorprendido. No sabía si había supervivientes o si alguien vendría a rescatarle.
Decidió salir del tanque y buscar un lugar seguro donde esconderse. Cogió su rifle y su mochila y bajó con cuidado. El frío le caló los huesos. Se abrochó el abrigo y se puso la capucha. Avanzó entre los árboles, tratando de no hacer ruido. De vez en cuando se detenía y escuchaba. No oía nada más que el viento y los pájaros.
De repente, vio una luz entre las ramas. Era una cabaña de madera, con una chimenea humeante. Se acercó con cautela, esperando encontrar a alguien amistoso o al menos neutral. Golpeó la puerta con el puño. Nadie respondió. Volvió a golpear, más fuerte. Nada. Empujó la puerta y entró.
La cabaña estaba vacía. Había una mesa con dos sillas, una estufa, una cama y un armario. Sobre la mesa había un plato con restos de comida y una taza de té frío. El soldado se preguntó quién viviría allí y dónde estaría. Tal vez había salido a cazar o a recoger leña. O tal vez había huido al oír los disparos.
El soldado decidió quedarse allí hasta que oscureciera. Tal vez entonces podría intentar llegar al puesto más cercano o contactar por radio con algún aliado. Se sentó en una silla y se sirvió un poco de té de la tetera que estaba sobre la estufa. Estaba caliente y dulce. Le reconfortó el estómago.
Mientras bebía, oyó un ruido fuera. Alguien se acercaba a la cabaña. El soldado cogió su rifle y se levantó. Apuntó hacia la puerta, dispuesto a disparar si era necesario. La puerta se abrió y entró una mujer.
La mujer era joven y hermosa. Tenía el pelo negro y largo, los ojos almendrados y la piel morena. Llevaba un vestido rojo y un chal blanco sobre los hombros. En sus manos llevaba una cesta con frutas y verduras.
La mujer se quedó paralizada al ver al soldado. Sus ojos se abrieron de sorpresa y miedo. El soldado también se quedó sin habla. Bajó el rifle lentamente, sin saber qué hacer.
- ¿Quién eres? - preguntó la mujer con voz temblorosa.
- Soy... soy un soldado - respondió el soldado.
- ¿Qué haces aquí? - insistió la mujer.
- Estoy... estoy perdido - balbuceó el soldado.
- ¿Eres amigo o enemigo? - quiso saber la mujer.
- No soy ni lo uno ni lo otro - dijo el soldado.
- Entonces... ¿qué quieres? - preguntó la mujer.
El soldado no supo qué responder. No quería nada más que estar en paz, lejos de la guerra y del dolor. Miró a la mujer y sintió algo que hacía tiempo que no sentía: ternura.
- Solo quiero... estar contigo - dijo el soldado.
La mujer lo miró con incredulidad y luego con curiosidad. Vio en sus ojos una mezcla de cansancio y esperanza. Sintió algo que hacía tiempo que no sentía: compasión.
- Ven - dijo la mujer.
Y le tendió la mano.
El soldado tomó la mano de la mujer y la siguió hasta la cama. Se abrazaron y se besaron con pasión. Se quitaron la ropa y se entregaron el uno al otro. Hicieron el amor como si fuera la primera y la última vez. Se olvidaron de la guerra, del frío, del miedo. Solo existían ellos dos.
Después, se quedaron dormidos en los brazos del otro. Soñaron con un mundo mejor, donde no hubiera violencia ni odio. Donde pudieran vivir juntos y felices.
A la mañana siguiente, se despertaron con el sol entrando por la ventana. Se miraron a los ojos y se sonrieron. Se dieron un beso y se levantaron. Se vistieron y desayunaron lo que había en la cesta. Hablaron de sus vidas, de sus sueños, de sus esperanzas.
- ¿Cómo te llamas? - preguntó el soldado.
- Me llamo Lila - respondió la mujer.
- Yo me llamo Omar - dijo el soldado.
- Es un nombre bonito - dijo Lila.
- El tuyo también - dijo Omar.
- ¿De dónde eres? - preguntó Lila.
- Soy de Pakistán - respondió Omar.
- Yo soy de Nepal - dijo Lila.
- Estamos lejos de casa - dijo Omar.
- Sí, pero ahora estamos juntos - dijo Lila.
- Sí, ahora estamos juntos - repitió Omar.
Se abrazaron y se besaron de nuevo. Decidieron salir de la cabaña y explorar el bosque. Caminaron entre los árboles, admirando la belleza de la naturaleza. Vieron animales y plantas que nunca habían visto antes. Se divirtieron y se rieron como niños.
Llegaron a un lago cristalino, donde se bañaron y jugaron con el agua. Se secaron al sol y se tumbaron sobre la hierba. Se hicieron caricias y se dijeron palabras de amor.
- Te quiero, Lila - dijo Omar.
- Yo también te quiero, Omar - dijo Lila.
Se quedaron en silencio, escuchando el latido de sus corazones. No sabían qué les depararía el futuro, pero no les importaba. Solo querían disfrutar del presente, del milagro de haberse encontrado.
Pero su felicidad no duraría mucho. Pronto, el destino les pondría a prueba. Pronto, tendrían que enfrentarse a la realidad. Pronto, tendrían que elegir entre el amor y la guerra.
Mientras Lila y Omar disfrutaban de su idilio en el bosque, la guerra seguía su curso. Los enfrentamientos entre los bandos se intensificaban, y los bombardeos se hacían más frecuentes. El ruido de las armas se oía cada vez más cerca de la cabaña.
Un día, mientras estaban en el lago, oyeron un estruendo que les heló la sangre. Era el sonido de un tanque de guerra disparando. Corrieron hacia la cabaña, temiendo lo peor. Al llegar, vieron que su refugio había sido destruido por un proyectil. No quedaba nada más que escombros y cenizas.
Lila soltó un grito de horror. Omar la abrazó con fuerza, tratando de consolarla. Pero él también estaba aterrado. Sabía que el tanque era de su bando, y que había confundido la cabaña con un objetivo enemigo. Sabía que si lo descubrían, lo matarían por traidor.
- Tenemos que irnos de aquí - dijo Omar.
- ¿A dónde? - preguntó Lila.
- No lo sé, pero tenemos que escapar - dijo Omar.
- ¿Y si nos encuentran? - preguntó Lila.
- No nos encontrarán, te lo prometo - dijo Omar.
Cogieron lo poco que les quedaba y salieron corriendo del bosque. Se dirigieron hacia las montañas, buscando un lugar donde esconderse. Pero no era fácil. El terreno era escarpado y peligroso. El frío era intenso y el hambre les atenazaba. Y lo peor de todo era el miedo. El miedo a ser descubiertos, a ser capturados, a ser separados.
Así pasaron varios días, vagando sin rumbo ni esperanza. Hasta que una noche, mientras dormían en una cueva, oyeron unos pasos fuera. Eran soldados. Soldados del bando de Omar.
- ¡Despierta! - susurró Omar a Lila.
- ¿Qué pasa? - preguntó Lila.
- Hay soldados afuera - dijo Omar.
- ¿Qué hacemos? - preguntó Lila.
- Tenemos que salir y rendirnos - dijo Omar.
- ¿Qué? ¿Estás loco? - exclamó Lila.
- Es la única forma - dijo Omar - Tal vez nos perdonen la vida si les decimos la verdad.
- ¿La verdad? ¿Qué verdad? - preguntó Lila.
- La verdad de que nos amamos - dijo Omar.
Lila lo miró con incredulidad y luego con ternura. Lo besó y le dijo:
- Te amo, Omar.
- Yo también te amo, Lila - dijo Omar.
Se levantaron y salieron de la cueva. Se encontraron con los soldados, que los apuntaron con sus armas. Omar levantó las manos y dijo:
- No disparen, somos inocentes.
Los soldados se quedaron sorprendidos al reconocer a Omar. Era uno de los suyos. Uno de los mejores. ¿Qué hacía allí con una mujer enemiga?
- ¿Omar? ¿Eres tú? - preguntó uno de ellos.
- Sí, soy yo - dijo Omar.
- ¿Qué haces aquí? ¿Dónde está tu tanque? ¿Dónde está tu unidad? - preguntó otro.
- Mi tanque fue destruido por una mina. Mi unidad fue aniquilada por una emboscada. Yo me perdí en el bosque y encontré a esta mujer - dijo Omar.
- ¿A esta mujer? ¿Sabes quién es? - preguntó el primero.
- Sí, sé quién es - dijo Omar.
- ¿Y quién es? - preguntó el segundo.
- Es mi amor - dijo Omar.
Los soldados se quedaron mudos. No podían creer lo que oían. Era una locura. Una traición. Una aberración.
- Estás mintiendo - dijo uno de ellos.
- No estoy mintiendo - dijo Omar.
- Estás loco - dijo otro.
- No estoy loco - dijo Omar.
- Estás traicionando a tu patria - dijo el tercero.
- No estoy traicionando a nadie - dijo Omar.
Los soldados se miraron entre sí y luego al comandante. El comandante era un hombre duro y cruel. No tenía piedad ni compasión por nadie. Solo le importaba la victoria y el honor. Y no toleraba a los traidores ni a los cobardes.
El comandante levantó su arma y apuntó a Omar y a Lila. Dijo:
- No hay lugar para el amor en la guerra. Solo hay lugar para la muerte.
Y disparó.